Solo (ANTARA) – Por M. Farid Wajdi
Profesor de Ciencias de la Gestión
(director de estudios de posgrado de la UMS Surakarta)
En medio de la polémica surgida en el ámbito público, algunos consideran la emisión de diplomas como algo trivial, simplemente una cuestión administrativa, documentos antiguos o detalles burocráticos. Sin embargo, cuando la controversia sobre el diploma se examina más profundamente, en realidad llega al corazón de la ética educativa y las creencias sociales en la sociedad moderna.
Esto debe hacerse de forma rápida y sencilla. No debería prolongarse; la controversia crecerá y se ampliará, desgarrando el orden social de la educación y la aplicación de la ley.
Filosóficamente, un título no es un objetivo educativo, sino una consecuencia social del proceso educativo. Es una forma de reconocimiento oficial de que alguien ha completado un proceso de aprendizaje válido, ha sido evaluado académicamente y ha cumplido con ciertos estándares científicos. En otras palabras, un diploma es el testimonio de una institución educativa ante la sociedad sobre el valor intelectual de una persona.
Por lo tanto, como testimonio ante la sociedad, los diplomas nunca son completamente privados. Cuando alguien utiliza un diploma para obtener un cargo público, un cargo profesional o alguna autoridad social, el diploma se convierte en un documento público. Se convierte en una base racional para que la sociedad dé confianza.
La controversia sobre el diploma surge no porque la sociedad esté obsesionada con un trozo de papel, sino porque ese papel representa algo mucho más importante: equidad en el proceso, acceso justo y legitimidad de la autoridad. En una sociedad basada en instituciones, la confianza no se construye a partir del conocimiento personal, sino de símbolos mutuamente acordados. Los diplomas son uno de los símbolos más importantes del sistema.
El problema se vuelve grave cuando hay ambigüedad, manipulación o afirmaciones académicas que no pueden verificarse públicamente. En este punto, no sólo se cuestiona la validez del diploma, sino también la validez de la reclamación de una persona a la posición social que ocupa.
Si los diplomas pueden ser manipulados o apropiados indebidamente, el principio de justicia que sustenta la educación moderna colapsa: que todos deben pasar por el mismo proceso para lograr el mismo reconocimiento.
Es importante distinguir entre errores administrativos y fraude moral. Archivos perdidos, sistemas de documentación antiguos y poco ordenados o diferencias en los formatos de los diplomas son problemas institucionales que pueden resolverse técnicamente. Sin embargo, reclamar un título o calificación sin un proceso académico válido es una violación de la ética pública en la sociedad, nación y estado. Mezclar estas dos cosas sólo empeora las cosas y daña la confianza en las instituciones educativas.
Para la sociedad, el diploma de una persona tiene al menos cuatro significados importantes. Primero, es una garantía mínima de competencia, no una garantía de superioridad, sino una prueba de que alguien ha sido probado legalmente.
En segundo lugar, un diploma es un símbolo de honestidad biográfica, parte de una historia de vida que debe basarse en la honestidad y no en la mentira.
En tercer lugar, los títulos son la base de la justicia social; las personas aceptan diferencias de estatus y posición porque creen que el proceso es justo. Cuarto, un diploma refleja la calidad de una institución educativa; cada graduado es la cara de la institución en la esfera pública.
En ética pública, el estándar de honestidad de los funcionarios o figuras públicas es ciertamente más alto que el de los ciudadanos comunes y corrientes. No porque sean más santos, sino porque tienen un mandato colectivo.
Por lo tanto, la transparencia de los diplomas no es una forma de desconfianza, sino más bien un mecanismo para proteger la confianza misma. En última instancia, la controversia sobre el diploma debe entenderse como un reflejo de la madurez de la sociedad para defender la dignidad de la educación. Un diploma no es sólo una prueba de que has estudiado, sino también una prueba de que has pasado por el proceso con honestidad.
Cuando se mantiene la honestidad académica, la confianza pública aumentará. Por otro lado, cuando se juega con el símbolo de la honestidad, no sólo se desmorona la reputación del individuo, sino también los cimientos de una ética compartida.
Aquí la educación se pone a prueba no sólo en la sofisticación del plan de estudios, sino también en el coraje moral para proteger la confianza del conocimiento y la confianza de la comunidad.



