“Las caras nuevas de Europa” presenta una experiencia que los titulares han denominado “crisis migratoria europea” de una manera novedosa. A diferencia de otras películas sobre el tema, el documental no ofrece hilos narrativos a seguir, ni protagonistas cuya voz y punto de vista transmitan la historia. Qué Sam AbbasLo que hace aquí el director, director de fotografía y editor es presentar de manera cautivadora la situación en fragmentos que brindan al público todos los detalles del cruce de Libia a Italia, incluidos elementos tanto desgarradores como mundanos. Al hacerlo, genera empatía y comprensión hacia estas personas desplazadas y su lucha, adoptando un enfoque humanista en lugar de abstracto.
Dividido en dos partes, “Europe’s New Faces” cuenta la historia de la travesía del Mediterráneo y el estado de limbo al llegar, empezando por este último, ya que describe la vida de los recién llegados en un edificio parisino abandonado que solía ser una casa de retiro. La cámara de Abbas los sigue en su vida diaria: hablando con amigos, cocinando, jugando juegos de mesa, cuidando a los niños que vemos jugar. La experiencia transitoria se cierne sobre ellos: los sentimos en el limbo, esperando que caiga el hacha mientras esperamos un dulce alivio. Sin embargo, siguen sin nombre y, a veces, incluso sin rostro. La cámara evita mirarlos con audacia. La mirada siempre está desviada, desde un ángulo lateral o desde arriba o desde abajo, sin ofrecer nunca al público un retrato completo de quien está observando. Su punto de vista nunca ocupa un lugar central, lo que hace que la historia colectiva sea empática en lugar de pedir simpatía por un individuo en particular.
La película describe no sólo las sofocantes rutinas diarias de vivir mientras se espera que la vida suceda, sino también los hitos de esta existencia parecida a un purgatorio. En una escena larga, un bebé nace por cesárea. Más conmovedoramente, la audiencia está al tanto de una conversación telefónica en la que un hombre habla con su amigo sobre esperar a que le asignen un nuevo lugar para vivir hasta que le lleguen sus documentos de inmigración. Nunca se queja, pero su voz delata exasperación e impaciencia, lo que pone de relieve su historia y la de otras como él.
En su segunda mitad, “Europe’s New Faces” cambia de ubicación pero mantiene sus métodos de narración observacional. El público, junto con Abbas y su cámara, suben a bordo de un barco de rescate perteneciente a la organización benéfica internacional Médicos Sin Fronteras, que intenta encontrar y salvar a personas que huyen a Europa en pequeñas embarcaciones dirigidas por traficantes. La cámara sigue la operación de búsqueda y rescate y luego la rehabilitación de los salvados a bordo del barco.
La película cambia sus métodos para dos escenas desgarradoras. Las consecuencias inmediatas se revelan en fotografías de los rostros angustiados de los rescatados. Los enfermos y heridos en el barco de Médicos Sin Fronteras se muestran en imágenes tomadas con teléfonos móviles acompañadas de horribles efectos de sonido parecidos a sirenas. Estos son sólo dos breves interludios dramáticos en los que Abbas adopta un modo abiertamente dramático. En otros lugares, todos los elementos tecnológicos tienen espacio para respirar. El montaje favorece los planos largos y estáticos y la banda sonora musical, compuesta por el cineasta francés Bertrand Bonello, es escasa.
El minucioso detalle con el que Abbas elabora esta historia es ciertamente poderoso. Si bien el ritmo lánguido permite que todos estos collages narrativos cortos aterricen sin problemas como una historia completa, también conduce a un tiempo de ejecución bastante generoso de más de dos horas y media, en el que algunas de las tomas parecen ajenas a la historia: casi un minuto pasado con un par de manos cortándose las uñas de los pies o una vista de la espalda de alguien en la ducha. ¿Por qué? La mundanidad de esta existencia ya ha quedado claramente reflejada en otras escenas más enérgicas y emotivas.
Sin embargo, estos excesos se sienten menos como pasos en falso y más como la determinación de un cineasta de honrar la plenitud de vidas reducidas con demasiada frecuencia a meras estadísticas. La paciencia de Abbas y su voluntad de observar sin juzgar, en última instancia, profundizan la silenciosa fuerza moral de la película. Incluso cuando el tiempo de ejecución es tenso, el efecto acumulativo es de intimidad poco común, tejido a partir de momentos tanto trágicos como periféricos. “Los nuevos rostros de Europa” se convierte en un recordatorio de que detrás de cada titular hay muchos seres humanos, que llevan sus esperanzas y temores en la manga y tratan de reclamar su dignidad.



